La paleontología es la ciencia que estudia los fósiles y se la ha definido como una disciplina dentro del conjunto de las ciencias naturales, situada en una posición intermedia entre la geología y la biología, de tal modo que se trata del estudio de la historia petrificada de esta última; en este sentido, estudia los fósiles que den testimonio de una forma de vida que cuente con al menos 10,000 años de antigüedad. Se divide en fósiles directos e indirectos, los primeros se conforman de los organismos fosilizados o las partes de su cuerpo e incluyen los huesos, dientes, corazas, conchas, troncos y otras partes duras, en algunos casos partes blandas que dejaron sus huellas en la roco como piel, escamas, plumas, pelo y cartílago. Los fósiles indirectos no conservan partes de los organismos, se tratan de moldes y vaciados, restos icnológicos como huellas, coprolitos, gastrolitos, nidos y cáscaras de huevo (Gudiño y Guzmán 2014). A lo largo de su desarrollo como disciplina y, particularmente, a partir de la segunda mitad del siglo XX, la paleontología ha sabido superar la mera descripción morfológica y clasificatoria de su objeto de estudio -los fósiles- hacia una comprensión sistémica del entorno en el que originalmente se hallaban. Por tanto, la práctica paleontológica actual presenta un claro carácter interdisciplinar, dado que en todo proyecto confluyen un gran número de líneas de investigación procedentes de muy diferentes campos y disciplinas, que inciden desde el estudio de los propios fósiles y de su contexto paleoecológico al proceso de su patrimonialización. Esta interdisciplinariedad ha llevado a desdibujar su propia identidad e independencia frente a las otras disciplinas, hasta el punto de provocar una cierta indefinición que, a efectos del diseño de estrategias para la protección, la conservación, la investigación y la puesta en valor del patrimonio paleontológico, es decir, para su salvaguarda integral, puede quedar afecta el marco conceptual y legal al que se circunscriba. Aunque se trata de un tipo de patrimonio que -salvo en el caso de la paleoantropología- se encuentra formado por la flora y la fauna del pasado más remoto y, por tanto, pertenecería con relativa claridad al ámbito del patrimonio natural, el patrimonio paleontológico ha sido catalogado en la mayoría de las legislaciones en todo el mundo como un patrimonio cultural, lo cual lleva implícito una serie de consecuencias. El patrimonio paleontológico en México está conformado por fósiles (restos de flora y fauna identificables individualmente) con conservación morfológica, y que en ocasiones, no fueron parte de algún ser vivo sino de su actividad, ya que la paleontología no sólo se ocupa de la clasificación biológica de los restos fósiles sino en su distribución espacial y temporal, así como las condiciones climáticas que los originaron. De ahí radica la importancia del estudio de sus contextos, su localización espacial y temporal, sus asociaciones y características del depósito en que se encuentran los individuos, los procesos de formación del depósito y sus condiciones ambientales, y potencialmente las condiciones bajo las que vivían los animales y las platas cuyos fósiles se encuentran en el depósito. En este sentido, el adecuado estudio del patrimonio paleontológico requiere de la colaboración interdisciplinaria para su investigación, conservación, protección, difusión, y de un entorno legal específico y apropiado a sus particulares características de competencia del INAH a partir de 1986.