Las alteraciones, transformaciones y modificaciones medioambientales que se verifican actualmente a lo largo del planeta trastocando tanto los paisajes como los ciclos naturales y las dinámicas sociales se han convertido en una fuente de preocupación y de reflexión para los gobiernos, los organismos internacionales, la comunidad científica y el general de la población mundial. Frente a un panorama de acelerado deterioro, las inquietudes se han volcado hacia el conocimiento de aquellas latitudes y territorios donde los ecosistemas y sus recursos naturales mantienen su riqueza y potencial. Este es el caso del Istmo de Tehuantepec, cuyo sistema de cuencas, que incluye algunos de los ríos más caudalosos de nuestro país, como el Tehuantepec y aquellos que desembocan en el Sistema Lagunar Huave, lo convierte en una de las regiones más húmedas de México, lo que explica el temprano florecimiento cultural, la riqueza de sus selvas, bosques y costas, así como su importancia estratégica para el sostenimiento ecológico, tecnológico y productivo de la nación. La diversidad biológica y cultural que alberga lo convierte en un punto de investigación obligado no sólo para las ciencias formales, sino también para las sociales y las humanidades. Dentro de este complejo entramado de ecosistemas se asientan las poblaciones huaves o mareñas, al borde de las lagunas que conforman un sistema de características únicas a nivel mundial, el cual alberga el 10% de la diversidad biológica nacional y concentra una serie de fenómenos naturales distintivos como la fuerza de los vientos que se generan en el Golfo de Tehuantepec y la enorme variabilidad de las condiciones hidrodinámicas, climáticas y ecológicas. El vínculo histórico que los mareños han mantenido con su entorno resulta un ejemplo paradigmático de la adecuación permanente entre la cultura y el medio ambiente; tal como describe Toledo, "en un inmenso sistema lagunar azotado por los vientos más violentos que se registran en todo el Pacífico Sur, sujeto a la acción de poderosos procesos oceánicos, olas, mareas y corrientes de alta energía, que rompen frecuentemente sobre sus frágiles cordones litorales y rodeado de tierras arenosas casi imposibles de cultivar", los mareños han desarrollado distintas y valiosas estrategias para garantizar el óptimo aprovechamiento de los recursos pesqueros y agrícolas, definiendo a la par los rasgos de una cultura distintiva. Al mismo tiempo, sus prácticas culturales y su nicho ecológico se inscriben en un sistema más amplio que se extiende hacia la planicie costera y asciende hasta las zonas boscosas de la Sierra Atravesada. Este sistema no sólo vincula diversos nichos ecológicos contenidos en la cuenca hidrológica 22 (integrada por las subcuencas río Tehuantepec y Complejo Lagunar), sino también distintas poblaciones indígenas (zoques, mixes, zapotecas y chontales) distribuidas a lo largo de dicho territorio, las cuales se vinculan entre sí a través de un intercambio comercial y de la circulación de saberes locales, sostenidos a lo largo de la historia. En este sentido, comprender el funcionamiento de este doble vínculo, cultural y ecológico, nos permitirá ampliar nuestros referentes de análisis sobre la manera en que las acciones humanas no sólo transforman el entorno medioambiental, sino también convienen con sus disposiciones, definiendo rasgos culturales característicos y complementarios.